Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

lunes, 18 de junio de 2012

Deseos Pecaminosos, 4ª parte.

          
   Y el ansiado mensaje llegó. Lo leyó varias veces y se sintió segura de sí misma por el efecto causado. Rió nerviosa y alegremente al ver que temía que quisiera chantajearlo. No lo había pensado, sólo se divertía y lo estaba logrando.
            La casa olía a jazmín, le encantaban las velas aromáticas. De fondo se escuchaba la voz de Amy Mcdonald cantando Your time will come., mientras ella paseaba en lencería por la casa barajando que modelito ponerse. Quería impresionar, pero no parecer desesperada. Se decidió por un vestido blanco, ni muy largo ni muy corto. NI muy ceñido ni muy holgado. Con la medida perfecta para impresionar, pero no provocar. Se terminó de arreglar su hermosa melena castaña y se aplicó carmín rojo en sus gruesos labios. Se miró, estaba satisfecha de lo que veía. Sus enormes ojos color miel estaban brillantes por la emoción, igual que un niño cuando despierta la noche de navidad.
            Sentado en aquel exótico local miraba la decoración. Amplios sillones con asimétricas formas decoraban el lugar. Las cortinas blancas y las lámparas de pie hacían que fuera más acogedor. La penumbra, sombra débil entre la luz y la oscuridad, parecía poder tocarse ante aquellas velas que desprendían sugerentes y tentadores olores. La música, de la mano de la decoración, daba un aspecto chillo out al local.
Cirios miraba nervioso el reloj. Habían quedado a las nueve y eran las nueve y media. Los pensamientos en su cabeza habían tomado el mando. –Y si no viene-, -Será todo esto un macabro juego de esa joven mujer que con los años ha embellecido-. Le torturaba la duda.
Pensó en Lena, su esposa. Se sentía un poco culpable. Ella creía que su correcto esposo estaba jugando al pádel. Desesperado por la tensión de la situación le pidió la cuenta al camarero. Apenas  había tomado un sorbo del daiquiri de piña y coco que pidió. Justo cuando se decidía a levantarse del sillón en forma de mano que lo sujetaba, Laura hizo su aparición con la misma elegancia que una actriz de cine desfilando por la alfombra roja, segura de que recibirá un Oscar.
-¿A dónde vas con tanta prisa? Le preguntó penetrando en sus asombrados ojos azules, sintiendo que podía llegar a beberse su alma con la fuerza que derrochaba aquella mirada.
-Habíamos quedado a las nueve, señorita, y son las diez menos veinte. Intentó bromear para esconder su impresión y nerviosismo.
Se saludaron con dos cordiales besos en las mejillas, aunque ambos empezaban a notar el calor invadir su cuerpo sin haber probado una gota de alcohol.
Hablaron durante dos horas, ambos se pusieron al día de la vida de su acompañante. Ambos maquillaron la parte que deseaban ocultar de su rutina y enfatizaron en la que querían destacar. Pasado ese tiempo el alcohol de los daiquiris empezó a calentar el ambiente. Cirios miraba deseoso las torneadas y morenas piernas de Laura, que al sentarse, voluntariamente había dejado a la vista recogiéndose algo más de lo normal el vestido. Laura lo miraba. Estaba excitada, era un efecto secundario que le producía el alcohol y que acentuaba la cercana presencia de su antiguo profesor. Empezó a sentirse húmeda y le gustó esa sensación. Ese calor acariciando sus zonas secretas, el hormigueo que la empujaba a acercarse a él y llevar su mano hasta esa humedad. Hizo un cambio de piernas que hubiese envidiado la misma Sharon Stone en Instinto Básico. Esos segundos, ese sencillo juego de piernas hizo que Cirios sintiera como toda la sangre de su cuerpo se le concentraba en la parte media baja. Ambos estaban deseosos de tocarse, arrancarse la ropa y arañarse la piel. Morderse con rabia, por todo el tiempo perdido, por las ausencias y por aquel macabro juego de deseos pecaminosos. Laura quiso ser jinete y cabalgar sobre aquella fiera que veía despertar por su erección, ya imposible de disimular, y los ojos enrojecidos por el deseo y la pasión.
-Hace calor. ¿No crees? Le preguntó Laura mientras se acariciaba el escote y se llevaba el dedo índice a la boca. A aquella carnosa boca, con labios en forma de corazón, que tanto le había hecho disfrutar. De repente ya no estaba Laura ante sus ojos. No Laura la mujer, si no Laura la niña, la de antaño, que con sutileza se acariciaba mientras él aclaraba sus falsas dudas en aquel despacho de la Facultad de Derecho. Aquella niña que despertó el animal que lleva dentro y la embistió salvajemente alimentando el deseo de aquella joven.
Perdido en aquel recuerdo no se dio cuenta que ya Laura no estaba frente a él. Ahora su aliento, el de ella, erizaba el escaso bello de su nuca. Le apretó el muslo y la deseó para él esa noche. Esa y todas las que estuvieran por venir. De pronto un escalofrío recorrió todo su cuerpo haciéndolo estremecerse, la voz de Laura, tan sensual, le susurraba algo al oído que no comprendió hasta que la vio salir por la puerta del local.
-Shhh, relájate querido. Estamos en los entrantes. No quieras llegar tan rápido al postre. Te puede sentar mal la comida. Hasta la próxima. Le besó el cuello y se levantó. Cuando había avanzado escasos pasos se volvió, -invitas tú-. Le guiñó un ojo y se fue con una amplia sonrisa, sabiendo quién marcaba las normas de aquel juego.
En aquel mundo, su mundo, el de ambos, qué más daba la cuota de locura que Cirios había decidido pagar por aquel juego. Sólo tenía una cosa clara. Seguiría jugando.

sábado, 9 de junio de 2012

Deseos Pecaminosos 3ª parte


 


Llevaba toda la noche memorizando las grietas del techo. El reloj que reposaba en la mesa de noche marcaba las tres de la madrugada. Su mujer descansaba a su lado ajena a su insomnio, a sus preocupaciones, a su ansiedad y a sus deseos pecaminosos. Hacía tres días que había recibido aquel mensaje, aquella frescura de Laura al escribir lo hizo viajar en el tiempo. No había encontrado el momento oportuno para descargarse el video, y la espera lo estaba matando. Pero debía ser cauto, de Laura podía esperar cualquier cosa, desde una actitud dulce hasta la trama más diabólica que podías imaginar. Intentó convencerse, probablemente sería alguna postal de gusanito.com, en el que le diría que se alegraba de volver a coincidir con él en la vida. Y con ese pensamiento volvió a dejarse acunar por los brazos de Morfeo en un dulce balanceo.
            Laura leía en su cama, eran las tres y media de la madrugada y no conseguía dormir. Desde el día que envió aquel mensaje su amigo el insomnio la había vuelto a visitar. Intentaba concentrarse en la lectura, una novela negra que narraba los asesinatos en serie que realizaba una hermosa dama a sus amantes, los enamoraba con aquella belleza fuera de lo normal y con su fragilidad de mujer desvalida los hombre caían rendidos a sus pies. Luego, cuando descubrían sus artes sexuales, eran incapaces de abandonarla, y la seguían hasta el fin del mundo si era necesario, o al menos hasta el fin de su mundo, porque todos acababan muriendo en circunstancias extrañas donde la única responsable era ella, aunque nunca dejara ninguna huella. A Laura le fascinaba esa mujer, como podía calcular sin margen para el error los asesinatos de aquellos hombres después de seducirlos y no tener remordimientos. Empezó a atraerle el mundo oscuro, llevar una doble vida, ser una respetada abogada durante el día y por la noche una malvada mujer que asesinaba a hombres después de hacer el amor con ellos. Clavarles un cuchillo, sentir la sangre caliente en sus manos, ver la última expresión de auxilio que se dibujaría en la cara de sus víctimas. Aquella mujer, la protagonista de la novela, debía sentirse muy poderosa por tener el don para decidir cuando alguien debe dejar de respirar. A pesar de la apasionante trama que leía no conseguía concentrarse en la lectura. Miles de preguntas rondaban en su cabeza. -¿Por qué no me ha contestado? ¿No ha causado ningún efecto en él? ¿Habrá cambiado como lo he hecho yo?-. Se preguntaba. Intentó dormir, tenía que madrugar. Estaba inmersa en un importante juicio que requería todos sus sentidos al cien por cien.
            Eran las diez de la mañana, la universidad estaba desierta, sin alumnos gritones por los pasillos o profesores enfadados por el bajo rendimiento de los jóvenes universitarios. Cirios saludó al vigilante de la facultad con prisa deseoso de llegar a su despacho y abrir el ansiado video. Le había costado mucho que su mujer entendiera que tenía que ir a la universidad a preparar unos exámenes de recuperación de Historia del Derecho para los alumnos de primero.
            Llegó a su despacho, lo recibió el silencio y la tranquilidad de un sábado. Abrió el ordenador y por fin apretó en la ventana de descargar archivo. La descarga se le hizo eterna. Por fin pudo visualizar aquellas imágenes y sus ojos no daban crédito a lo que veían.
            Laura siempre había sido una alumna modelo en sus años de universidad, todos los profesores admiraban su excelente comportamiento, entrega y dedicación por sus estudios. A pesar de todas estas virtudes hubo una profesora con la que tuvo serias dificultades. Eva Labriega,  profesora de Derecho Romano, no se lo había puesto nada fácil. No logró aprobar esa asignatura hasta quinto curso, a pesar de ser una asignatura de primero. Prometió vengarse, y de una forma algo sutil lo logró.
            Cirios se acomodó en su silla, subió el volumen del ordenador y resignado contempló el mini documental que debió ser destruido años atrás. Decidió tomárselo con filosofía y disfrutar viendo aquellas imágenes que tanto le hizo disfrutar en su momento.
Durante su amorío con Laura había sido testigo de los abusos de una de sus compañeras de profesión, Eva Labriega. Vio como Laura sufría día tras días por la exigencia sin fundamento de aquella profesora con mala praxis. Ella había decidido vengarse y él hechizado por el embrujo de aquella joven decidió ayudarla. Una noche, se colaron en la universidad como dos delincuentes intentando no ser vistos por el guardián. Entraron en el despacho de Eva e hicieron el amor desenfrenadamente. Ella, sentada sobre la mesa de su profesora, con las piernas abiertas se masturbaba delante de la cámara que lo grababa todo. Luego Cirios se acercaba, y probaba su jugo, dulce, ardiente, adictivo. Ambos miraban a la cámara con malicia. La cogió por las caderas y la atrajo hacia él, penetrándola con tanta fuerza que la hizo gemir de dolor y de placer. Cuando terminaron descansaron abrazados en el sillón de cuero que tenía la profesora en su despacho, dejando esparcidos por el suelo todos los trabajos, exámenes y documentos de la desagradable mujer. Parecía una estúpida venganza, pero no era estúpida si se tenía en cuenta que Eva Labriega tenía Trastorno Obsesivo Compulsivo con el orden y la pulcritud, y probablemente cuando viera su despacho en aquellas condiciones tendría un ataque de ansiedad y pasaría días en casa sin aparecer por la facultad.
 Mientras volvían a sus respectivos coches habían acordado destruir el video, los recuerdos debían quedar sólo en su memoria, pero no en formato digital con posibilidad de ser usado en contra de alguno de los dos. Laura había prometido borrarlo. Cuando le devolvió la cámara no había rastro de que aquello hubiese sucedido. Lo que él nunca pensó es que Laura  no era tan buena como imaginaba. Atónito, sorprendido y muy excitado borró el video de la carpeta de descargas. Abrió el Facebook y escribió un mensaje. –Querida Laura, debo felicitarte, me has dado un golpe bajo. Has refrescado mi memoria más de lo que imaginé. Creía que ese video había sido destruido, veo que te subestimé. Creo que es hora de que nos veamos y pongamos las cartas sobre la mesa. No sé si pretendes chantajearme con sacar a la luz este material o sólo quieres divertirte. Han pasado algunos años y veo que ambos hemos cambiado. Deme cita señorita letrada porque necesito asesoramiento. Un beso y que pase un buen día-.
            Con los dedos temblorosos por lo que acababa de ver y por lo que estuviera por venir Cirios envió el mensaje, consiente que ya no volvería a dormir tranquilo. Ahora tendría que esperar a que Laura moviera ficha.


viernes, 8 de junio de 2012

Cuando se acaba el amor



     Sentada en medio del inmenso salón metía todos y cada uno de sus recuerdos en una caja de cartón. Se había prometido no llorar, o por lo menos intentarlo. Estaba de duelo, velaba a alguien que aún seguía con vida, pero no en la suya. Poco a poco, con algo de dejadez introducía todas sus pertenencias. Miraba de vez en cuando hacia la puerta, mantenía la esperanza de verlo entrar, correría hacia ella, la abrazaría y le pediría perdón. Perdón por no darle lo que se merecía, perdón por no valorar todo lo que había hecho por él, perdón por estar ahí en cada uno de sus fallos, esperando paciente, y en cambio él, a la primera de cambio, se alejaba de ella sin una explicación, con un simple "estamos mal" pero sin hacer nada para solucionarlo. Dáfne se odió, por no entender por qué la dejaba, por no haber recibido lo dado, por haber estado a su lado, atendiendo sus súplicas y recibir tanta indiferencia. -Tenía otra, no le cabía la menor duda, o sencillamente había dejado de amarla-, se repetía continuamente. Era la única explicación que podía encontrar a echar por la borda dos años de una hermosa relación, con sus dificultades, pero hermosa. Y ahora estaba allí, sentada en el salón mirando la puerta, esperando a alguien que no llegaría.
     No cumplió su promesa. Lloró, lloró tanto que por un  momento sintió que se le desgarraba el alma. Lloró por la falta de amor, porque la dejara en la estacada, a ella que nunca lo dejó caer, a ella que siempre pensó en él antes que en ella misma.
     Los últimos objetos de escaso valor fueron introducidos en la caja con pena. Ya no había nada más a su alrededor. Se levantó del suelo y miró por la ventana. La vida seguía su curso, ajena a su dolor. ¿Cómo podía seguir el mundo girando mientras ella se rompía en pedazos? ¿Cómo podía él continuar con su vida y dejarla así? ¿Acaso carecía de conciencia? Se maldijo, no era la primera vez que pasaba por aquello, en un pasado no muy lejano, la cameló, la enamoró y la dejó, igual que hacía ahora.
     Vagó por la casa, atesorando cada momento vivido en ella, enriqueciéndose de todas las experiencias. Lo amó tanto, seguía amándolo con locura hasta el extremo de llegar a odiarlo, porque sólo cuando se ama mucho se puede llegar a odiar con la misma intensidad.
     Caminó hacía la puerta, volvió la vista hacia atrás, por sus ojos pasearon miles de recuerdos, cenas romanticas en aquel salón, noches de película abrazados en el sofá. Sexo desenfrenado y apasionado. Conversaciones, momentos de complicidad. Sencillamente amor. Suspiró por última vez y cerró la puerta, dejando a su espalda la mejor época de su vida.

martes, 29 de mayo de 2012

Te lo cuento desde el más allá



Qué quieres que te cuente cuando sé que no voy a obtener respuesta. Qué quieres que te cuente cuando tus labios han rechazado los míos, cuando tu piel no extraña mis caricias y mi presencia te incomoda. Qué quieres que te cuente; por qué lo hice, cómo lo hice. Acaso, ¿me escucharás ahora? Por qué lo harás. Fueron muchas las veces que  intenté contarte cómo me sentía y fueron muchas las veces que hiciste oídos sordos a mis súplicas de volver a intentarlo.  Ahora te estremeces con mis caricias, ahora se te eriza la piel cuando mi gélido aliento reposa sobre el lóbulo de tu oreja. Ahora mi presencia no te incomoda, la deseas. Ahora que ya no estoy en este mundo, en el mundo de lo real, aunque después de haber cruzado la barrera me pregunto cuál es el mundo real, el puro.  Ahora que velo por tu alma desde el submundo, que te acaricio sin recibir desprecios, que te siento, que te huelo, ahora que puedo disfrutar de todo ello, qué quieres que te cuente. Muy bien te lo diré despacio y al oído, sólo lo repetiré una vez y quedará grabado en tu memoria, nada ni nadie podrá jamás borrar de ella el recuerdo de mi voz proveniente del más allá describiéndote con lujo de detalle lo que tú quieres que te cuente.
Fue aquel domingo de octubre, cuando te fuiste de mi casa enfadado, no sé muy bien por qué lo estabas, últimamente siempre lo estabas sin razón, me dijiste cosas muy feas, cosas que aún en este otro lado del mundo no he podido olvidar, sólo aliviar. Cosas como que no te nacía estar conmigo, que no te nacía abrazarme, tocarme, sentirme, dijiste otras muchas cosas, que prefiero no recordar. Corrí a tus brazos e intenté abrazarte, pero me pusiste una barrera transparente que por más que intenté derribar no lo logré. Me miraste con esos hermosos ojos, teñidos por la frialdad y te fuiste. Lloré mucho esa noche  y las demás, lloré, te supliqué y volviste a rechazarme. Abatida, dolida y con el peso del desprecio sobre mi espalda, decidí poner fin a mi dolor. Una afilada cuchilla acariciando mis delicadas y vírgenes venas azules me ayudó a dejar de sentir en el mundo terrenal, no creas que solucioné el problema. Tuve que rogarle al Supremo, al jefe del submundo que me dejara volver, los suicidas no gozaban de ese privilegio, aunque me lo concedió, tal vez porque sabía que si no lo hacía vagaría como un alma en pena para toda la eternidad.
Y aquí estoy, sentada a tu lado, en la cama, viéndote llorar, llorar por mí, por qué nunca lo hiciste antes, por qué aceptas tus sentimientos cuando ya no estoy. Paseas por la habitación, maldices las palabras feas que me dijiste, te llevas mi foto al pecho y te dejas caer en el suelo, lloras, lloras tanto como lloré yo. Ambos nos equivocamos, tú por no saber amarme y yo por no saber descifrarte, y ahora, ahora qué quieres que te cuente. Me acurruco a tu lado, no consigo tocarte, pero si puedo sentirte, te acaricio la cabeza, tú suspiras y te relajas, sabes que estoy aquí, que lo estaré siempre. Velaré por ti, por tus sueños y por tu felicidad, usaré la eternidad de mi muerte para guiarte en el camino, y algún día, algún lejano día volveremos a encontrarnos, y ya nadie podrá separarnos. Qué más quieres que te cuente, -shhshhh deja de llorar amor mío que las lágrimas ahogarán tu alma, los remordimientos ennegrecerán tu corazón y habrás muerto en vida, y ahí amor mío, ahí ya no podré ayudarte-.


martes, 22 de mayo de 2012

Deseos pecaminosos. 2ªparte

            Encendió el ordenador y se dejó caer en la silla de su escritorio después de una larga jornada laboral defendiendo a supuestos inocentes que resultaban ser culpables. Abrió su Facebook y sonrió al ver que su amiga Marta la había etiquetado en una foto. Once comentarios, los leería en otro momento, estaba demasiado cansada para pedirle un esfuerzo extra a su cerebro y a sus agotados ojos. Un uno en rojo en la ventana de solicitudes de amistad le indicaba que alguien quería ser su faceamigo, la ignoró, se puso al día del estado de ánimo de sus agregados, “He tenido un miserable día”, comentaba una tal Susana, a la que ni siquiera conocía, pero el Facebook era así. “Mi novio me ha dejado por mi mejor amiga”, decía María, y doce comentarios le daban palabras de aliento despotricando sobre los hombres. Se decidió a cerrar la sesión pero le picó la curiosidad por saber quién quería ser su amigo. Abrió la ventana de solicitudes y sus agotados ojos despertaron ante la sorpresa. Cirios, su profesor de Historia del Derecho, quería contactar con ella, ser su amigo y quizá…Aceptó y se puso al día de su vida. Seguía nadando, tenía muchas fotos de competiciones, fotos de una preciosa niña y fotos de su boda. Sintió que le faltaba el aire, al final se casó y había sido padre. Habían pasado tres años desde su último encuentro, luego se licenció con honores en Derecho, se prometió con un joven de su promoción y volvió a ser una buena chica como esperaba su padre. Pero la vida la decepcionó, se llevó a su padre mucho antes de lo que ella esperaba, un infarto apagó los latidos de su noble corazón y se fue. Ahora la seguía protegiendo pero desde un lugar al que ella aun no podía acceder. Su querido prometido también la abandonó después de la muerte de su padre, ya no era un buen partido, con el suegro muerto antes de la boda no heredaría parte del capital familiar, así que se esfumó como el mejor ilusionista, que te hace ver lo que quiere que veas. Y ahora estaba frente a su ordenador  ante un posible reencuentro, o tal vez todas esas fantasías quedaran en suposiciones. Pensó escribirle, pero creyó conveniente que tal vez la prudencia le vendría mejor.
            Los días pasaban y la gente no hacía más que meterse en problemas, lo que le aseguraba trabajo durante un largo periodo de tiempo. Cada noche llegaba ansiosa a su casa y abría el Facebook, pero no había ningún mensaje, ningún comentario…La gente cambia, la vida de ambos había cambiado, ahora era marido y padre, y aquellos deseos pecaminosos de antaño habían quedado en el olvido. Aun así, aquella noche volvió a entrar en la aplicación, y allí estaba el esperado mensaje parpadeando. Lo abrió temerosa de quién podía estar detrás y respiró aliviada al verlo. Hola guapa. Qué tal te va la vida? Veo que sigues espectacular, los años te han tratado bien. Yo no me puedo quejar, aunque ya estoy hecho un vejete, jeje, ya rondo los cuarenta. Y tú? Veinticinco o veintiséis? Ah por cierto te adjunto algo para refrescarte la memoria. Cuídate, y hazme un hueco en tu agenda o tendré que cometer un delito para que me prestes atención? Besos.
Rápidamente abrió la imagen adjunta y…-No me lo puedo creer, aun guarda esta foto-. Rió a carcajadas en medio de la solitaria y silenciosa casa que se mostraba extraña ante la reacción de aquella joven y bella mujer que empezaba a mutar convirtiéndose en una huraña. Allí estaba ella, tumbada en la cama de algún hotel de carretera que no recordaba, con un corpiño rojo y negro que estilizaba su delgada cintura. El escote en forma de corazón le daba un aspecto más apetitoso a sus tersos pechos. Una braguita de encaje negro dejaba ver lo que se escondía tras ella. El corpiño se unía a unas medias negras de redecillas con un liguero. Posaba con una sonrisa pícara y el dedo índice en la boca, insinuándole al fotógrafo sus deseos pecaminosos. Él, desnudo, la fotografió durante una hora, le proponía posturas provocativas que ella accedía a hacer con aire sumiso, pero con ardiente deseo. Luego hicieron el amor apasionadamente y más cómodos que en ocasiones anteriores, que habían tenido como colchón exámenes a medio corregir, papel para reciclar y una extraña desesperación y angustia por si alguien los pillaba. Había conseguido refrescarle la memoria, sabía que estaba jugando, lo conocía bien y era conciente de la clase de juegos qué le gustaban. El tiempo, la boda y su hija no lo habían cambiado. Si quería jugar ella le daría juego, miró al cielo y le pidió disculpas a su padre, desde algún lugar la vería convertirse en la mujer que no deseaba que fuera, pero era su vida y quería vivirla. Buscó en una carpeta que tenía archivada en mis documentos, adjuntó un video y le envió un mensaje, -Buenas, me alegra verte tan bien, lamento decirte que en ti sí han hecho mella los años, pero tranquilo, podría haber sido peor. Uf, lamento decirte que ando un poco mal de memoria, tal vez deberías esforzarte un poco más la próxima vez que quieras refrescármela, de igual forma te adjunto un video que probablemente te ayude  a recordar la verdadera historia.
P.D. Cuando quieras tienes un hueco en mi agenda, evita cometer delitos, no me ponen las cárceles, me paso el día entre rejas…jeje.
Apretó intro y envió el mensaje. Había comenzado el juego, y estaba dispuesta a ganar. ¿Cómo reaccionaria cuando viera el video? Supuestamente debían haberlo borrado ambos, ese fue el pacto. Pero a Laura, a la buena de Laura, siempre le gustaba guardarse un haz bajo la manga…      


 

viernes, 18 de mayo de 2012

Poesía de la fruta

Somos la fruta y te vamos a enseñar,
una forma divertida de merendar.
Las fresas dulces te van a enamorar,
sin pensártelo las vas a devorar.
Una manzana te ayuda a crecer,
es la pera podértela comer.
El plátano canario te da vitalidad,
para durante el día poder jugar.
Con todo esto que te acabamos de contar,
te dejamos para ir a merendar,
Fruta Fresca, !Sin rechistar!

lunes, 7 de mayo de 2012

Prohibido enamorarse



 

-Shhhh, nos van a oír. Le decía mientras subían la escalera entre risas y besos furtivos.
-Soy parrandero, arriando velas…Cantaba José a viva voz.
-Shhhh, que vivo en comunidad. Insistía Cristina riendo.
Justo antes de llegar al último tramo de escaleras que conducía al piso de ella tropezaron cayendo y quedando una encima del otro. No pudieron guardar la compostura y estallaron en una carcajada que despertó a la señora Sofía, una anciana que vivía al lado de Cristina y que tenía muy malas pulgas. Encendió la luz del rellano y empezó a darles una charla de buenos modales y comportamiento.
-Pero Cristina, qué haces en el suelo encima de un hombre y borracha, desde luego mi alma, no te he enseñado nada. Mira que te quiero como una hija pero no puedo seguir consintiendo que estés una noche tras otra bebiendo y trayendo esos hombres a tu casa. ¡Qué eres una señorita mi alma! Al oír aquello José miró confundido a Cristina. ¿Otros hombres? ¿Llevaba a otros hombres a su casa y borracha? ¿Qué clase de mujer era?
-Tiene razón doña Sofía, le prometo que esta será la última vez, y dejando a la anciana con cara de pocos amigos entró en su casa arrastrando a José por la hebilla del cinturón.
Lo empujó y este quedó recostado en el cursi sofá fucsia del salón, ella empezó a mordisquearle el cuello, a desabrocharle la camisa y a jugar con sus pezones.
-Sintonizando frecuencia…Jugaba mientras le mordía los pezones y comenzaban a ponerse rígidos. Pero José no lograba concentrarse, las palabras de aquella señora retumbaban en su cabeza.
-Pero José, ¿qué ha pasado? El soldadito ha deshecho la caseta de campaña. Se burlaba ella al ver como disminuía la excitación de él.
-A ver Cristina, explícame una cosa. ¿Traes cada noche a un hombre a tu casa y borracha? José estaba molesto, llevaba ocho años trabajando con ella, siempre la había amado en silencio. La consoló cuando su novio la abandonó por una jovencita que aún iba al instituto, la apoyó cuando decidió vivir su vida loca, pero aquello era demasiado. Pensar que podía ser uno más que compartía algunos mojitos con ella y buen sexo le dolió.
-¿Qué te pasa buen samaritano? ¿Acaso tú eres virgen? Le respondió ella molesta. Se había prometido a si misma que ningún hombre volvería a decirle lo qué debía hacer, para luego dejarla compuesta y sin novio por alguna jovencita.
-Sólo me preocupo por ti, eso se llama alcoholismo y ninfomanía. Contestó él intentando quitarle hierro al asunto.
-Bueno pues déjame a mí con mis traumas y contribuye a mi rehabilitación. Le insistió ella mientras se desabrochaba el sujetador.
Pero José no pudo, era su sueño, tenerla desnuda para él, hacerle el amor como siempre había deseado, amarla, protegerla y dormir abrazado a ella respirando su olor. Pero no iba a participar en aquel absurdo juego de aquí te pillo aquí te mato.
-No Cristina, yo me voy, ya encontrarás alguno con quien superar tus traumas. Recogió su camisa y salió a medio vestir. Y allí se quedó ella, semidesnuda, ardiente de pasión y maldiciendo la bocaza de su vecina. Tampoco habían sido tantos, bueno a lo mejor unos seis o siete ligues, pero no uno cada noche. Se levantó y se sirvió una copa de vino, se daría un baño relajante, lo necesitaba después de aquel desplante.
     El viento le golpeaba la cara mientras aumentaba la velocidad, metió primera, segunda, tercera y acelerando se perdió en el tráfico de la noche. De sus ojos salían lágrimas por la velocidad, pero al parar en un semáforo se dio cuenta que eran de rabia y tal vez de dolor. Estaba enamorado de ella, la deseaba, pero le había quedado claro que simplemente sería un polvo más. Cristina había dicho muy en serio lo de no volver a enamorarse cuando él la consolaba por su ruptura con el imbécil de su ex. Pero José era diferente, quería hacerla feliz. El semáforo de puso en verde y él arrancó su moto a todo velocidad.
     Dentro de la bañera pensaba en lo sucedido. Estaba molesta y enfadada, cuando volviese a la oficina no lo miraría, no le hablaría, la había humillado. Dejarla allí, con aquel calentón, a ella, que cualquier hombre estaría dispuesto a pasar una noche a su lado. Pero era algo más que eso, no era sólo orgullo femenino. José había estado siempre a su lado, la había consolado en sus innumerables peleas con Jaime, su ex, también la ayudo cuando Jaime la abandonó. Además siempre le había atraído su masculinidad, su voz ronca susurrándole que él estaría siempre a su lado. De repente se alertó, estaba enamorada de él. Salió de la bañera y sin secarse empezó a caminar desnuda por la casa. -Esto no puede ser cierto, no puedo estar enamorada de él, no, no, no, el amor no se ha hecho para mí. Jamás volveré a hipotecar mi vida por nadie-, se repetía. -Pero tal vez José sea diferente, es diferente me lo ha demostrado-. Pero se negaba a ablandar su corazón, le había costado mucho prepararlo a prueba de balas.
-Decididamente no-. Fue hasta su bolso, sacó su móvil, consultó su agenda…Una señal de llamada, dos, tres… -¿Ramón? Hola soy Cristina, qué haces esta noche, estoy muy juguetona…