Este blog será nuestro punto de encuentro, en él se unirá la magia, los sueños, la luna y la literatura. ¿Por qué la luna? Porque es mi hogar. ¿Por qué la literatura? Porque es como único entiendo la vida.

viernes, 18 de mayo de 2012

Poesía de la fruta

Somos la fruta y te vamos a enseñar,
una forma divertida de merendar.
Las fresas dulces te van a enamorar,
sin pensártelo las vas a devorar.
Una manzana te ayuda a crecer,
es la pera podértela comer.
El plátano canario te da vitalidad,
para durante el día poder jugar.
Con todo esto que te acabamos de contar,
te dejamos para ir a merendar,
Fruta Fresca, !Sin rechistar!

lunes, 7 de mayo de 2012

Prohibido enamorarse



 

-Shhhh, nos van a oír. Le decía mientras subían la escalera entre risas y besos furtivos.
-Soy parrandero, arriando velas…Cantaba José a viva voz.
-Shhhh, que vivo en comunidad. Insistía Cristina riendo.
Justo antes de llegar al último tramo de escaleras que conducía al piso de ella tropezaron cayendo y quedando una encima del otro. No pudieron guardar la compostura y estallaron en una carcajada que despertó a la señora Sofía, una anciana que vivía al lado de Cristina y que tenía muy malas pulgas. Encendió la luz del rellano y empezó a darles una charla de buenos modales y comportamiento.
-Pero Cristina, qué haces en el suelo encima de un hombre y borracha, desde luego mi alma, no te he enseñado nada. Mira que te quiero como una hija pero no puedo seguir consintiendo que estés una noche tras otra bebiendo y trayendo esos hombres a tu casa. ¡Qué eres una señorita mi alma! Al oír aquello José miró confundido a Cristina. ¿Otros hombres? ¿Llevaba a otros hombres a su casa y borracha? ¿Qué clase de mujer era?
-Tiene razón doña Sofía, le prometo que esta será la última vez, y dejando a la anciana con cara de pocos amigos entró en su casa arrastrando a José por la hebilla del cinturón.
Lo empujó y este quedó recostado en el cursi sofá fucsia del salón, ella empezó a mordisquearle el cuello, a desabrocharle la camisa y a jugar con sus pezones.
-Sintonizando frecuencia…Jugaba mientras le mordía los pezones y comenzaban a ponerse rígidos. Pero José no lograba concentrarse, las palabras de aquella señora retumbaban en su cabeza.
-Pero José, ¿qué ha pasado? El soldadito ha deshecho la caseta de campaña. Se burlaba ella al ver como disminuía la excitación de él.
-A ver Cristina, explícame una cosa. ¿Traes cada noche a un hombre a tu casa y borracha? José estaba molesto, llevaba ocho años trabajando con ella, siempre la había amado en silencio. La consoló cuando su novio la abandonó por una jovencita que aún iba al instituto, la apoyó cuando decidió vivir su vida loca, pero aquello era demasiado. Pensar que podía ser uno más que compartía algunos mojitos con ella y buen sexo le dolió.
-¿Qué te pasa buen samaritano? ¿Acaso tú eres virgen? Le respondió ella molesta. Se había prometido a si misma que ningún hombre volvería a decirle lo qué debía hacer, para luego dejarla compuesta y sin novio por alguna jovencita.
-Sólo me preocupo por ti, eso se llama alcoholismo y ninfomanía. Contestó él intentando quitarle hierro al asunto.
-Bueno pues déjame a mí con mis traumas y contribuye a mi rehabilitación. Le insistió ella mientras se desabrochaba el sujetador.
Pero José no pudo, era su sueño, tenerla desnuda para él, hacerle el amor como siempre había deseado, amarla, protegerla y dormir abrazado a ella respirando su olor. Pero no iba a participar en aquel absurdo juego de aquí te pillo aquí te mato.
-No Cristina, yo me voy, ya encontrarás alguno con quien superar tus traumas. Recogió su camisa y salió a medio vestir. Y allí se quedó ella, semidesnuda, ardiente de pasión y maldiciendo la bocaza de su vecina. Tampoco habían sido tantos, bueno a lo mejor unos seis o siete ligues, pero no uno cada noche. Se levantó y se sirvió una copa de vino, se daría un baño relajante, lo necesitaba después de aquel desplante.
     El viento le golpeaba la cara mientras aumentaba la velocidad, metió primera, segunda, tercera y acelerando se perdió en el tráfico de la noche. De sus ojos salían lágrimas por la velocidad, pero al parar en un semáforo se dio cuenta que eran de rabia y tal vez de dolor. Estaba enamorado de ella, la deseaba, pero le había quedado claro que simplemente sería un polvo más. Cristina había dicho muy en serio lo de no volver a enamorarse cuando él la consolaba por su ruptura con el imbécil de su ex. Pero José era diferente, quería hacerla feliz. El semáforo de puso en verde y él arrancó su moto a todo velocidad.
     Dentro de la bañera pensaba en lo sucedido. Estaba molesta y enfadada, cuando volviese a la oficina no lo miraría, no le hablaría, la había humillado. Dejarla allí, con aquel calentón, a ella, que cualquier hombre estaría dispuesto a pasar una noche a su lado. Pero era algo más que eso, no era sólo orgullo femenino. José había estado siempre a su lado, la había consolado en sus innumerables peleas con Jaime, su ex, también la ayudo cuando Jaime la abandonó. Además siempre le había atraído su masculinidad, su voz ronca susurrándole que él estaría siempre a su lado. De repente se alertó, estaba enamorada de él. Salió de la bañera y sin secarse empezó a caminar desnuda por la casa. -Esto no puede ser cierto, no puedo estar enamorada de él, no, no, no, el amor no se ha hecho para mí. Jamás volveré a hipotecar mi vida por nadie-, se repetía. -Pero tal vez José sea diferente, es diferente me lo ha demostrado-. Pero se negaba a ablandar su corazón, le había costado mucho prepararlo a prueba de balas.
-Decididamente no-. Fue hasta su bolso, sacó su móvil, consultó su agenda…Una señal de llamada, dos, tres… -¿Ramón? Hola soy Cristina, qué haces esta noche, estoy muy juguetona…



lunes, 23 de abril de 2012

El diario

María y Fernando, 2 de enero de 1898



Miércoles, 3 de febrero de 1898
Querido diario:
Me encanta dormirme sobre él, ir adormeciéndome seducida por la nana que me canta su corazón al golpear contra su pecho.  Dulce melodía cargada de vida y amor. Respirar su aroma, dejar grabado en mi memoria su olor, inconfundible, seductor, único. Luego me deshago entre sus manos, lo dejo enredarse en mi pelo y así, sumidos en un placer sano, lejos de lo carnal, amarnos en silencio, sin movernos, sin prisa y con pasión.
-Mamá que bajes, Ramón ha llegado. María escondió tan rápido como pudo su diario ante la repentina intromisión de su hermana menor en su cuarto. Con los ojos llorosos por lo que acababa de escuchar maldijo su suerte. Miró una vez más la foto desgastada de su amado. Él en la mili con la cabeza rapada y de cuclillas apoyado sobre el fusil le transmitía con su tierna mirada que volvería a por ella. Pero se estaba demorando demasiado y su madre, mujer autoritaria acostumbrada a mandar y ser obedecida, ya la había vendido como si formara parte de un trueque en el que sólo ella salía perdiendo.  Se levantó del tocador y se alisó el ahuecado vestido dividido en dos piezas de color coral, se miró al espejo, el corsé estilizaba aun más su delicada figura, la falda, con bordados de encajes en color blanco acentuaban la belleza de la indumentaria de aquella época, muy importante para distinguir la clase social a la que pertenecías. Con paso lento bajó la escalera de mármol. al final la esperaba Ramón, con una sonrisa dibujada en la cara que ella empezaba a aborrecer. Haciendo alusión a su buena educación ella también sonrió e hizo una reverencia que le fue devuelta con un volteo de sombrero.
-Estás muy hermosa. La aduló Ramón, quien era conocedor de no ser correspondido en aquel compromiso.
-Gracias. Le contestó María intentando evitar el contacto con sus ojos por temor a que su madre, doña Eulalia, pudiese adivinar su rechazo.
Pasearon por el jardín del pequeño palacete. Hablaron de cosas banales, admiraron el atardecer, pero María estaba muy lejos de aquel lugar, ella se encontraba en alguna tienda de campaña perdida en algún desierto esperando que explotara una bomba anunciando el comienzo de la guerra. Se imaginó al lado de Fernando, acariciando su cara, secando el sudor de su frente y alentándolo a resistir, a combatir por su patria y a sobrevivir. Soñó despierta, soñó que una mañana venía a buscarla con su uniforme de soldado valiente, que en brazos la sacaba de aquella enorme y solitaria casa, de la tiranía de su madre, y lo más importante, la rescataría de casarse con un hombre al que no amaba.
-¿Te encentras bien? Le preguntó Ramón sintiéndose algo incómodo por la indiferencia de María.
-Estoy un poco mareada, me gustaría tumbarme un rato. Espero no incomodarte. Y María se retiró a su cuarto a llorar por el amor ausente y por el amor forzado.
Doña Eulalia entró en el cuarto poseída por la furia, de un empujón despertó a su hija y cuando apenas había abierto los ojos le propinó un bofetón que la sacó del letargo en el que estaba sumida.
-¡Cómo te atreves a ofender de esa forma a Ramón! María, que aun no entendía lo qué sucedía, miró a su madre con horror.
-Pero, ¿qué ha sucedi…No le dio tiempo de contestar porque su madre le arreó otro bofetón que la despertó por completo.
-Escúchame bien, vete asumiendo que en menos de una semana serás la mujer de Ramón. El linaje de su familia es el más antiguo de la comarca, nuestro patrimonio se verá incrementado con tu boda. ¡No seas estúpida!
-El patrimonio de quién madre, el mío o el suyo. Usted sólo piensa en sus beneficios, yo no estoy enamorada de Ramón, yo amo a Fernando. Su madre volvió a golpearla con más furia.
-¡Escúchame bien! No vuelvas a nombrar a ese don nadie, bastardo sin nombre, linaje, ni dinero. ¡Antes prefiero estar muerta a ver a una de mis hijas casada con un miserable! Y tras la amenaza salió del cuarto como alma que llevaba el diablo. Su hermana pequeña, consiente de cuál sería su futuro, consoló a María, quien lloró hasta quedar agotada y seca.
El antiguo reloj de pared, herencia de una abuela que había sido condesa, marcaba las tres de la madrugada. María vagaba por la casa con su largo camisón de franela, sumida en la tristeza había caído en el abismo de la desdicha y dolor. Entró en el cuarto de su hermana, tan frágil, tan pequeña. Contaba con tan sólo once años y sabía que desde que se convirtiera en mujer la ira de su madre recaería sobre ella y tendría que casarse con alguien de buena familia al que no amaba. Le acarició el pelo y le pidió a Dios que prolongará un poco más su infancia.
-Esto también lo hago por ti. Le susurró al oído. Sigilosamente salió de la habitación.
El aire estaba frío, allí en lo alto de la torre más elevada del palacete se sintió libre por primera vez en mucho tiempo. Recordó sus tardes recostada sobre Fernando, su corazón bailando en el pecho al son de los latidos y fue feliz, abrió los brazos y miró al frente. La noche sin luna la saludó, invitándola a terminar con aquella situación y a encontrarse con Fernando, quien no vendría a rescatarla, ya que había muerto semanas atrás al pisar una mina. Abrió aun más los brazos y se lanzó al vacío con una sonrisa.


Querido Fernando:
Amor mío, no sé si vendrás a por mí, si lo haces no me encontrarás, esta noche he decidido reunirme con Dios antes de pasar a ser de otro hombre que no seas tú. Mi madre me ha obligado a casarme con Ramón. En pocas semanas pasaré a ser su mujer, y amor mío con el dolor de tu ausencia puedo vivir, pero prefiero morir a ser de otro hombre. Si regresas y no estoy cuida de mi hermana, sé que le espera el mismo futuro que a mí. Esto también lo hago por ella, lucho para que cambien las cosas. No estoy triste por lo que voy a hacer. Me despido de este mundo con el recuerdo de mi pelo enredado en tus dedos y de haberte sentido mío.
Tu amada
María
                Y María murió por amor. No fue enterrada en camposanto, una suicida no era digna de ello. La carta fue encontrada años después, cuando Rocío, la hermana pequeña de María, se quedó viuda y volvió al pequeño palacete. Doña Eulalia también murió, afectada por el cólera, una enfermedad que llegó a Europa desde la India en el S.XIX. Rocío encontró la carta, el diario y la foto de Fernando. Decidió quedárselo y viajar por el mundo. De esta forma sabía que su hermana y su cuñado viajarían con ella.

lunes, 16 de abril de 2012

Deseos pecaminosos

Criada entre algodones Laura era la hija que todo padre desea tener, hermosa, elegante, dócil e inteligente. Acababa de empezar la carrera de Derecho, no por voluntad propia, si no inculcada por su padre. Siempre había vivido a su sombra, complaciendo los deseos de aquel hombre que le había dado la vida y que había construido a su antojo la hija ideal. A sus dieciocho años no conocía el amor, a pesar de su belleza, de su piel morena agradecida con el sol, sus grandes ojos negros que invitaban a perderse en un lago oscuro en el que despertar miles de deseos y sueños reprimidos y su físico atlético, aun no había dado su primer beso, sus carnosos labios con forma de corazón seguían siendo vírgenes, porque era una buena chica y las buenas chicas no tienen relaciones esporádicas con adolescentes inconcientes. Las buenas chicas se centran en sus estudios, terminan la carrera, son exitosas profesionalmente y terminan formando una familia. En el siglo XXI quedaban pocas chicas buenas, y Ricardo podía sentirse orgulloso de su hija.
Empezó la Universidad con muchos sueños e ilusiones, rodeada de alocada juventud empezaba a envidiar no poder ser quien deseaba. Fiestas, asaderos y viajes eran el pan de cada día en la facultad, pero ella era una buena chica que sacaba buenas notas y no se dejaba tentar por Dionisio, el Dios de la lujuria y el jolgorio. Entristecida volvía a casa cada viernes mientras escuchaba a sus compañeros contar sus fabulosos planes para el fin de semana, pero ella era una buena chica y las buenas chicas no salen de fiesta. Además tendría un excelente fin de semana, estudiaría e iría a navegar con su padre por el mediterráneo. Pero era joven y quería vivir, sentir, enamorarse y que le rompieran el corazón. Sufrir y hacerse más fuerte, tocar fondo y resurgir de sus cenizas como el ave Fénix. Pero su papá no permitiría que su pequeña saliese de su hermética urna de cristal donde el monstruo de la maldad pudiera atraparla entre sus sucias garras, y quizá por eso, por sus ansias de vivir, de sentir y escapar de su correcta vida de buena chica, quizá por eso la atrapó el monstruo del amor para endulzarla a punto de caramelo y luego comerse su delicado corazón analfabeto en el amor.
Una mañana cualquiera de su día a día entró en clase de Historia del Derecho, aun no conocía a su profesor, según la chismografía de los pasillos universitarios, era un gran nadador y solía ausentarse en época de competición. Fue en ese momento, cuando entró al aula  número ciento veintiuno de la segunda planta de la Facultada de Derecho, cuando su corazón dio un vuelco, cuando cayó al abismo de la inconciencia sin importarle nada más que amar y ser amada por él. Alto, con el pelo rubio y revuelto, unos hermosos ojos azules que despertaban la envidia del océano más cristalino en el que te pudieras bañar, con una sonrisa angelical y una sensibilidad femenina. Él, su profesor de Historia del Derecho, había conseguido despertar el dormido corazoncito desconocedor de los sentimientos que siente una mujer. Mientras hablaba de la Grecia antigua ella fantaseaba con sus manos recorriendo su cuerpo, su boca lamiendo su piel y repitiendo su nombre. Desde ese día la acompañó el insomnio, la música romántica y el deseo. Sus amigas, grandes conocedoras del amor y el sexo, y cuyo objetivo en su primer año de carrera era conseguir que la buena de su amiga perdiera la virginidad, la instruían en el mundo del erotismo y el placer.
-Laura, antes de tener sexo debes experimentar con tu propio cuerpo, si no cómo vas a saber qué te gusta. Le aconsejaba Abigail, quien tuvo su primera experiencia sexual con quince años.
-Venga Laura, cuéntanos quién ha conseguido derretir ese correcto corazón de buena chica. Le insistían sus amigas. Pero ella, sabiendo que era un amor prohibido y pecaminoso les rogaba a sus amigas que entendieran que quisiera guardar el secreto.
-Bueno esta noche cuando llegues a casa llena la bañera de agua caliente, pon música relajante y déjate llevar, descubrirás un mundo nuevo. Le sugirió Abigail con picardía.
Cerró el grifo y metió la mano para asegurarse de que el agua estaba a la temperatura adecuada. Encendió la radio y se metió en la bañera dejándose acariciar por el agua caliente. Apoyó la cabeza en el borde y se relajó. La imagen de su profesor se dibujó encima de ella. Sus perfectas cejas rubias, su barba de tres días, su espalda tallada por el mejor escultor del Renacimiento, y así presa del deseo y las ilusiones empezó a acariciarse, a descubrir lo que le gustaba, a experimentar su primera vez, y esa noche nació una nueva Laura, conciente de su belleza y de su encanto, dispuesta a ser de él, a tentarlo, a provocarlo, a incitarlo a entrar dentro de ella. Los días pasaban con normalidad y Laura estaba cada vez más segura de si misma, había entablado una gran amistada con Cirios, su profesor de Historia del Derecho, con quien había tenido su primera experiencia sexual imaginaria, y con quien esperaba convertirla en realidad. Ser la alumna más aventajada de la clase había jugado a su favor. Cirios la convirtió en su mano derecha y muchas tardes permanecieron en su despacho preparando actividades y trabajos de grupo, y llegó el día en el que sus indirectas, sus continuas insinuaciones y provocaciones agotaron la paciencia del correcto profesor. La apoyó contra la pared de su despacho y la penetró, ella gemía de placer y él le tapó la boca para no despertar las sospechas de sus compañeros, que trabajaban en los despachos contiguos, ajenos a la pasión que se desarrollaba a través de las paredes. Cuando terminaron se tumbaron en medio de folios, exámenes a medio corregir y remordimientos. Él, un importante profesor universitario, correcto, justo, había sucumbido a la sensualidad de aquella buena chica, sensualidad que llevaba semanas desprendiendo a su paso. No fue la única vez que ocurrió. Cada miércoles a las seis de la tarde, Laura tocaba tímidamente en la puerta del despacho de Cirios, como cualquier otra alumna inocente que sólo quería resolver alguna duda de la materia que impartía. Pero la realidad era otra, la realidad es que una vez que aquella puerta se cerraba, ambos se transformaban en dos animales irracionales cuyo único objetivo era saciar el deseo que los mantenía unidos, enganchados a la droga más letal, el placer. Pero ella era una buena chica y él un respetado profesor. ¿Cómo acaba la historia? Cómo podría acabar una historia de una buena chica que debe terminar una carrera, ser profesionalmente exitosa y luego formar una familia si se queda embarazada. O cómo podría acabar la historia de un respetado profesor de Derecho a punto de casarse. Tal vez, Laura terminó la Universidad y se casó con algún joven de su promoción, Cirios se casaría y sería padre. Pero y si las redes sociales unieran nuevamente sus caminos…

lunes, 2 de abril de 2012

La muerte

El viento sopla con fuerza,
arrastrando a su paso el dolor,
de perder a quien se quiere,
porque deja de latir su corazón.
Las estrellas dejan de brillar,
los lobos comienzan a aullar,
la luna se viste de gala,
para dar comienzo al funeral.
Las plañideras ataviadas de negro,
lloran tras el ataúd,
fingen haberte amado,
cuando no saben quién eres tú.
El cielo ahoga su pena,
en forma de lluvia serena,
damos paso al funeral,
para enterrar tu cuerpo sin vida.
Luego viene la pena,
de no tenerte a mi vera,
de no escuchar tu voz,
acompasando el latido de mi corazón.
Te ha llevado la muerte,
cruel mujer de risa amarga,
ahora vives con ella,
secuestrado en sus entrañas.
Todos te decimos adiós,
Cruel despedida involuntaria,
por querer tenerte aquí,
para compartir la alegría de vivir.
Mi corazón se queda triste, oscuro y amargado,
nunca volverá a latir,
porque no estás a mi lado.
Adiós corazón adiós,
mándame saludos con el viento,
que cuando se torne violento,
sabré que me mandas recuerdos.


martes, 27 de marzo de 2012

Lo que callas...



Podrá dejar de brillar la luna,
podrá fundirse la luz del sol,
podrá secarse el agua de la tierra,
y marchitar con su sequía
la hermosura de una flor.
Podrán mis ojos derramar las lágrimas,
que necesita el mundo para vivir,
podré ahogarme en un desierto,
y podrán obligarme a mentir.
Pero aunque no brille la luna,
aunque deje de iluminarnos el sol,
secándose nuestra hermosa tierra,
y muriendo cada día una flor,
nunca podrán obligarme a mentir,
a negar lo evidente y lo que me hace sentir,
una caricia en la mejilla,
una mirada sin fin,
un susurro inconfesable,
un deseo por cumplir.
Un te quiero que no escucho,
el anhelo de tu amor,
una frase impronunciable,
que escondes en tu corazón.




lunes, 19 de marzo de 2012

La luna


Ella es la que más secretos guarda, la que más historias de amor ha presenciado. Desde su casa, el cielo, ha acompañado durante sus  millones de años a las parejas de enamorados, quienes bajo su inmensa y plateada luz se dejan acariciar por el romanticismo y se susurran secretos que quedarán guardados por el silencio de la noche y su majestuosidad.

Cómplice de la locura y el amor, del vicio y la pasión, que bajo su hechizo transforma los dormidos y pasivos corazones en ardientes bolas de fuego imposibles de apagar. Guarda más secretos, misterios que encierran la transformación de hombres sencillos, que ante su imponente presencia, se convierten en animales insensibles que le aúllan desafiándola a bajar de su gran trono. Pero ella, ajena a tanta provocación, consciente de su poder de dominación, se engrandece ante semejante desafío y con una solemne sonrisa les recuerda a todos que ella es la reina de los cielos, y aunque a veces pase semanas escondida tras los muros de su palacio, sencillamente repone fuerzas para volver a brillar con más intensidad cuando salga vestida de gala a presidir la noche.

Te anhelo en tu ausencia y maldigo tu presencia.
Deseo dejar de adorarte y estoy condenada a amarte.
Pendes del cielo por hilos de seda,
iluminas la noche con tu belleza serena.
Despiertas las pasiones ahogadas en rincones.
Perturbas las almas de quienes buscan la calma.
Intentando alcanzarte tan sólo para acariciarte,
me condeno a la muerte por no poder adorarte.
Sólo  me queda admirarte y desde la distancia soñarte.
Tan inmensa como el sol, tan blanca y pura como mi amor,
es la luna lunera, dueña de las almas en pena.

Así es ella, la luna que nos guarda nuestros secretos, que nos alumbra el camino y guía nuestros pasos. La que nos enamora y con la que enamoramos. Ese regalo de la naturaleza que nos hace sonreír cuando lo vemos todo gris. A la que le pedimos nuestros ahogados y reprimidos deseos, y en el sigilo de la noche los hace realidad.

domingo, 11 de marzo de 2012

Un secreto compartido


Las musas lo despertaron con un delicado susurro al oído. Él, que pensaba que lo habían abandonado, fue abriendo los ojos lentamente para disfrutar de la dulce melodía que salía de las apetecibles bocas de aquellas mujeres. Como si hubiese dormido tres días se sintió descansado, y por una vez desde hacía mucho tiempo con ilusión. Buscó sus gafas con un tanteo rápido por la mesa de noche y miró a su alrededor. No vio a nadie, sabía que no habría nadie, que aquellas mujeres de extravagantes curvas, delicada voz y maestras en despertar la imaginación dormida sólo existían en su cabeza.  En penumbra se sentó frente al ordenador, miró a su alrededor buscando algo en lo que inspirarse, pero se encontró con una habitación desordenada, latas de cerveza por el suelo, ropa sucia sobre una vieja silla, un cenicero echando humo y latas de comida precocinada. No era el mejor escenario para empezar su historia. Cerró los ojos y suspiró. La delicada voz de una mujer que no estaba le dijo algo en susurros y se despidió mordiéndole el lóbulo de la oreja. Él se estremeció y como si aquel mordisco hubiese despertado todas las terminaciones nerviosas de su cuerpo empezó a escribir de forma descontrolada. Los renglones iban tomando forma, las rimas y los versos decoraban la inmaculada hoja, y abatido por el esfuerzo cayó sobre el teclado.
            Cinco días tuvieron que pasar para que los huéspedes del hostal se alarmaran por el hedor que salía del cuarto del viejo huraño. La dueña, una vieja y rechoncha mujer a la que no le gustaba trabajar y a la que le ponía de mal humor que la interrumpieran mientras veía la novela tocó varias veces en la puerta del viejo huraño. Los huéspedes, ansiosos por averiguar el secreto que se escondía tras aquella puerta y desesperados por acabar con aquel mal olor, esperaban ansiosos el desenlace de aquella micro novela basada en la realidad. Sofía, la dueña, abrió lentamente la puerta. Un aire caliente y un purulento olor ahogaron a los noveleros. Allí estaba el viejo huraño, sentado en la silla junto a su ordenador, parecía descansar plácidamente, y es que realmente descansaba plácidamente con la cabeza reposando sobre el teclado. Nadie sintió pena al ver el cadáver de aquel hombre, pero aquella imagen y los versos que decoraban la hoja en blanco del Word, que deseaban ansiosos ser leídos, se quedarían grabados para siempre en su retina.

Una vida no es suficiente para aprender,
que los mismos errores no se deben volver a cometer.
Vivo con el remordimiento a flor de piel,
por los secretos que guardo y jamás conté.
Sé que algo me está acechando,
 aunque huyo siempre me acaba encontrando.
Es mi pasado que no me perdona,
que haya dañado a tantas personas.
Un último deseo antes de exhalar,
un último suspiro y buscar la paz,
Buscad a Amparo y decidle la verdad,
yo maté a su marido y lo arrojé al mar.
           
El hedor desapareció o quedó grabado en sus pituitarias en compañía de aquellas letras que se dibujaban ante sus pupilas desvelando que habían convivido con un asesino. Quién era Amparo, y si tal vez fuera una broma del viejo huraño, al que le encantaba escribir y fantasear con historias. No lo sabrían nunca, o tal vez sí. Puede que el ser conocedores de esa verdad les cambiara la vida…